Creo en el té de limón,
en el cruce de las calles,
en la humedad del cabello.
Más que nada creo en las puertas que rechinan,
en los párpados caídos,
en la culpabilidad de los santos.
Creo, y esto te lo digo,
en la espera de la lluvia,
en el pan caliente,
en el precio de la carne.
A veces, también creo en la libertad
en la frase bien hecha,
en la impotencia de mi padre.
Creo en tu lealtad, no en la mía,
en la verdad de los locos,
en las cuatro comidas.
Pero creo, sobre todo,
en el desperdicio de mi propio tiempo,
y que cada creencia,
en tus manos,
está a punto de cambiar.