María Florencia Bodo
Lovely creature
Me llamo Yekaterina, pero todos me dicen Katya. Tengo cinco años y un papá que me ama mucho, pero no tanto como yo a él. Él me enseñó todo lo que sé: los números, las letras, los colores, a dibujar y a cantar en distintos idiomas; y dice que nací para ser famosa.
Papá es un hombre alto y muy fuerte. Tiene el pelo del color del sol al mediodía y sus ojos son como el mar cuando está lloviendo. Yo creo que por eso siempre le gustó tanto caminar por las orillas del río, una parte de él pertenece al agua. Él siempre dice que su fuerza se la da la fe en que todos somos parte de un plan más grande que el mundo, un plan que nos va a salvar a todos. Entonces, le pregunto si yo también soy parte del plan. Él me mira a los ojos, me dice que sí, que yo soy la más importante de todas, y me dedica la sonrisa más linda que alguien se podría imaginar. “Mi Katyusha”, me dice, y yo lo abrazo fuerte, porque vivo para que me sonría.
Nunca fui tan feliz como aquel día en que fuimos de excursión al mar, porque ese día Papá sonrió como nunca antes, y realmente sentí que lo hacía feliz. Seguimos el río, como siempre, pero fuimos mucho más lejos que de costumbre. Llegamos a una playa larga, llena de piedras gigantes y barrancas muy altas. Fuimos hasta el último extremo y nos sentamos a descansar. Yo jugaba juntando y tirando piedras al agua, Papá leía un libro gordo y viejo, la Biblia.
Después de un rato vino a jugar conmigo e hicimos dibujos en la arena. Cuando terminamos, jugamos a que yo era una cantante famosa y él me había ido a ver a un concierto. Me dijo que no me preocupara si empezaba a llover, que siguiera cantando, que no importaba si se mojaba la ropa. Entonces, de espalda al mar, canté una por una las canciones que me había enseñado, esas que él siempre me aplaudía, aunque yo no entendiera qué decía la letra. Como si lo hubiera sabido desde antes, en la mitad de mi recital comenzó a llover, pero yo hice caso y seguí cantando, mientras la tormenta se hacía cada vez más fuerte.
Al terminar, vi sus ojos lluviosos y su sonrisa amplia, que reflejaban la más intensa felicidad. Quise correr a abrazarlo, escucharlo decir “mi Katyusha”, pero el mar me sujetó de las piernas y me hizo caer de rodillas. Lo escuché gritando que no me moviera, y sé que dijo algo más, pero había demasiado ruido como para entenderlo. Obedecí, mientras el mar me sujetaba cada vez más, y una voz muy grave me hablaba desde adentro, en el mismo idioma de las canciones.
María Florencia Bodo
Narradora, especialista en narrativa de terror.
Correctora de la Editorial Patas de Cabra desde 2018.
Docente de música. Cantante y flautista.
Performer y gestora cultural.
