Hoy le duelen los ruidos
el blanco, la falsa calma de las murallas.
Se arroja con obstinación
de caja a caja, de un lado al otro.
Hoy y ayer tuvieron el mismo color
las conversaciones recurrentes.
El mañana saldrá del mismo molde
que su camisa manchada de café.
En las calles la gente pelea
y se ahoga en pastillas para dormir.
Un brillo contagioso le cruza la frente y
por lo visto, soñó llegar al mar:
con otros murmullos,
otras casas de madera y de arcilla,
el silencio de lo genuino.
Respira y cree que el bosque
y el pan recién hecho le hacen
una caricia a los alvéolos.
Nadie le sigue los pasos,
ni un rostro conocido en los médanos.
“Aquí vivo, aquí me quedo”,
se repite,
y deja nuevamente su huella
un día más en el acuario humano
con los tiburones de la burocracia.