Ester Gluncich
Atrapada
Soledad
Incertidumbre
Insomnio
Abre el cajón
revuelve
busca
encuentra esa carta.
En una interminable noche soñó
Juntos y separados.
Asoma la luz del día
Piensa, siente, está ahí
en un prolongado sueño.
Tiempo incierto
Otoño
hojas secas
flores deshojadas
sol tenue
viento suave
nidos vacíos.
Así sola callando.
En sus luces
invento nuevas soledades.
Diez minutos
El reloj marca las veinte veinte de dos mil veinte.
Se apagan las luces, la película va a empezar.
Los chicos están en la casa de la vecina, es el cumple de uno de sus hijos.
Me espera en su casa ansioso. Quiere que esa noche y no otra
me acueste con él.
Se escucha el recolector de residuos que pasa .
El ruido del ascensor anuncia la llegada del vecino de arriba.
Son las veinte treinta
las campanas de la catedral resuenan.
El abismo de la noche invade.
En el espejo inseparable del tiempo,
los sueños piden permiso.
Ser como ellos
Están ahí
muchos muchos
todos juntos
campo abierto.
Giran su pesada cabeza
erguidos, esbeltos, elegantes
buscan la luz.
Cuando la luz se apaga
se miran
se acercan
cada vez más.
Quedan escondidos ellos dos.
Que nadie los vea.
Río mío
El río ya no canta,
barco sin timón
navega a la deriva.
Las sirenas ya no atrapan
al marinero.
El horizonte se tiñe de rojo,
cielo encapotado
pájaros vuelan sin rumbo.
Edificios en sombras
asoman miradas perplejas.
Los monstruos
nos han declarado la guerra.
La ventanilla
Todos los días a las 5 de la tarde llega el tren a la estación.
Ahí está él, espera todos los días parado en el mismo andén.
Al llegar, ella mira, lo busca, baja, se besan, se abrazan con un abrazo fuerte y tendido. No hablan.
En minutos, sube al mismo coche, al mismo asiento y ventanilla, el tren retoma su marcha y ella saluda hasta que la mirada se pierde en el andar.
Se buscan y se encuentran, todos los días, todos los días a las 5 de la tarde.
Ese día, a las 5 de la tarde, escuchó que el tren se acercaba, todavía no lo veía. La máquina se detuvo solo unos minutos, él parado siempre en el mismo lugar.
Ese día, ella no bajó, él vio el asiento vacío, la ventanilla libre, la cortina corrida. Su mirada fija estaba ahí, en esa ventanilla.
Se escuchó el silbato estridente y la marcha de la máquina que al partir se siente en todo el cuerpo.
Él quedó paralizado mirando la ventanilla, esa ventanilla.
Eran las 5 de la tarde, las 5 de la tarde, en todas las noches que siguieron.
Ester Gluncich
Vive en Rosario. Es profesora de filosofía y pedagogía y Licenciada en fonoaudiología. Curiosa, observadora y detallista. Amante de la naturaleza, de viajar y estar en contacto con personas.
Le gusta contar historias, porque estamos hechos de historias. Elije jugar con las palabras, que despierten un pensamiento, una reflexion para seguir escribiendo. Le atrapa tomar café en un bar, conversar, escuchar, observar y escribir.