Julia E. S. Iirigoitia

Bien Posmo

Qué habrá querido decir con lo de dejarlo fluir, si siempre me planteó que el amor es uno contra uno, que te amo, que no tengo necesidad de estar con nadie, que mi cuerpo se entiende solo con vos. Bajar la ropa, terminar de cocinar la mermelada, pedirle a Marita el último fiado del mes, que incluya un poco de alimento para el gato, harina y pan. ¿Cómo voy a pagar la cuenta esta vez si este zángano se despierta todos los días a las 11? ¿Y encima se queja de que no hay trabajo? Ya sé que está dura la mano, pero hay que moverse un poco, no todo cae del cielo. Y Aurelia que se hace la superada, que ella comprende los nuevos aires, que cuando me dice dejalo fluir quiere decir que escuche a mi corazón, que perciba las energías circundantes… pero no, Vicente no me está diciendo eso, si lo conocés, no te hagas, que lo conocés… está queriendo decir otra cosa. Yerba, no olvidarse de la yerba, un poco de azúcar y aceite, que si le quiero hacer la torta matera que le gusta a él, sin aceite me va a volver a salir tan horrible como la última vez. Y eso que ya es bastante fiera la torta esa. Masacote, y a él le gusta. Después me dicen que no me adapto. Todos los putos sábados comiendo esa torta de mierda, pero no, yo soy la que se queja. Que cuestionemos las formas de amar, que sintamos lo que los astros nos dicen… esta pelotuda me tiene podrida con el esoterismo. El tipo me dijo “dejémoslo fluir”, qué mierda significa dejémoslo fluir.

Ahí va la Tati, a esa también parece que le gusta darse unas vueltas por la noche desierta cuando por fin se espacian un poco los colectivos, cuando las luces tenues del alumbrado público marcan la diferencia entre el barrio y el centro. Mirá vos qué pavadita, y ahí lo tenés todo. No tanta teorización ni buscar tan allá, ahí nomás tenés la prueba: en las luces tenues de los barrios frente a los lamparazos que te encandilan en los parques del centro emerge la desigualdad. Doblar la ropa, qué cosa que siempre me hinchó los huevos, y me tocaba a mí, eh. Porque mi mamá se dice feminista, pero siempre me tocaba a mí. O sea, me tocaba a mí para ella… ¿me colgás la ropa? ¿Me sacás la basura? ¿Me ponés la mesa? Cómo me molesta ese posesivo. ¿Qué “te”, mamá? Si todos vivimos acá. Seguro que lo sigue haciendo con mi viejo. Y este que me viene con el dejarlo fluir. No me voy a enroscar, porque ya sabemos que no nos lleva a ninguna parte, pero una pista, un guiño, adivina no soy. ¿Cómo si no lo dejara fluir yo? Lo dejé meterse por todas partes, donde nadie se había metido antes. Está bien que un poco frigidita soy, pero nadie me puede negar el esfuerzo. Esto es un quilombo y los tipos entienden menos que nosotras, pero se supone que ellos quedan pasivos, y nosotras proponemos, no que me viene a plantear algo que descoloca. Es un desubicado. Sacar las piedras de la gata, qué olor que hacen esas piedras, por favor. A David le pasó ya que el olor del pis de gato se le impregnó en el piso, sí, en el piso y ahí quedó. No sale. Es como que te copa el lugar, te marca el territorio el guacho. Como Vicente, que se hace el liberal pero siempre que estamos en público me pasa el brazo por detrás del cuello, me hace esos masajitos que parecen tiernos y, en realidad, está marcando el territorio. El otro día me hice bien la boluda cuando estaba Nacho. Cómo me mira ese tipo, las ganas que le tengo, pero no, no lo dejo fluir como me plantea este pelotudo, porque le tengo respeto, loco. No voy a negar que me pongo cachonda cuando me saluda, es un segundo que rozamos mejillas y cruzamos una miradita, sutil, se esboza una sonrisa, él me mira la boca, yo bajo la mirada, nos abrazamos de nuevo, lo huelo detrás de la oreja, que tiene olor a piel. Qué cosa horrorosa los perfumes de varón. Esos que cuando pasan dejan un vaho que abruma. Qué inmundicia, si no hay nada más lindo que el olor a piel. Hay algo químico, dicen, que se atrae, parece. Cada boludez dicen, pero algunas me parece que deben ser, che. Ahí está la luna, por fin apareciste, guacha. En esto sí que acertó Vicente, nada como caminar debajo de la luna. Y mirá vos, gracias a la injusticia social de la luz tenue de los barrios que la puedo disfrutar. Para que se retuerzan los ricachones del centro. Ahí, redondita mi luna. Y dejalo fluir, dejar fluir qué. Lo único que me gusta que fluya son sus líquidos adentro mío y los míos en las sábanas; el resto, si lo organizamos, mejor. Me tienen podrida con tanta posmodernidad.

Disfrutar del momento: caminar en la noche es mi disfrutar del momento. Amanda, Amanda. Mi instante de reflexión. En el almacén, el maní para la birra y un salame, por si cae visita. Hay que estar preparados. Claro, dejalo fluir y después cae la gente y nosotros no tenemos ni un maní para ofrecerles. Todo muy lindo con el hipismo, pero los modales son los modales. Dejalo fluir. Qué carajo querrá decir. ¿Me estará proponiendo algo? Capaz que es eso de lo que hablan ahora, el amor libre y qué se yo. Pero si nosotros somos pibes de barrio. Que me dejen de joder con eso. Vos sabés que el sábado estaba esta piba y me miró, ahora que pienso. Y la tipa me miró de una manera rara y después lo miró a él, y sonrió. Sonrió como me sonríe el Nacho. Es linda la pibita, y vive por acá. Apa… ahí me va cayendo la ficha.

La luna redonda, gigante, para hacer el amor romántico en la barranca, ahí donde se ve el río que refleja la luz de la luna, y Rosario se vuelve sueño. Para hacer el amor, la luna.

Mirá esos dos, qué lindo cómo la aprieta. Ella se impone, igual. Qué actitud, carajo. Las minas al poder. Dictadura feminista, jajaja. Las cosas que dicen. ¿Eh? ¿Vicente? Y está con la pibita linda, de acá a la vuelta. En nuestro umbral, porque ese es nuestro umbral, ahí me despedía cuando me acompañaba y no se quedaba. Parada obligada para el beso del adiós. ¿Querrá decir algo? Mirá cómo la acaricia, y los masajitos como a mí. Qué lindos se ven. Dejalo fluir. Dejalo fluir. Ahí lo tenés al zángano. Bien lo está dejando fluir. ¿Qué olor tendrán sus pieles mezcladas? Uy, qué cerca que estoy. Ya me vieron. ¿Me quedo quieta como árbol? Ya me vieron y no paran. Me acerco un poco más, ya me vieron.

Ahhh, esta piba la tiene clarísima. Me manda mano de toque. Qué linda es. Qué bien huele. Y Vicente más duro que nunca. Punto débil. La tiene clara. Un poquito más, y baja sola. Qué ídola. Y el Vicente, pobre, no entiende nada, pero se deja. Ya fue, yo la toco, si ella puede, yo también. Ah, está a punto caramelo, húmeda, que me chupe el dedo Vicente, que se cope con algo. Ves que quedan pelotudos los varones con todo esto. No sabe qué hacer el paspado. Uy, es muy linda. Qué rico olor. Qué lindo pelo. Dale, dale que va. Ahí va. Ahí va.

Nosotras ya estamos. Vicente, hace rato. Pobre. No entiende nada. Pobre.

Julia E. S. Irigoitia

Es rosarina de cuna, con cierto enamoramiento bobo por su ciudad natal. Se graduó como Traductora en el I. E. S. N.º 28 Olga Cossettini y realizó el curso de Traductor-corrector. Luego de obtener el Postítulo de Formación Universitaria en Traducción en Inglés de la UNR, intenta trabajar en la producción (estanca) de su tesina “La traducción de términos: simbolización, referentes, marco cultural”. La palabra, inevitablemente ideológica, es la herramienta que elige para la transformación social. Aún le hace ruido la E en el TODES, pero se reconoce feminista. El peronismo es su filosofía de vida, y la justicia social su obsesión. Participa en la Biblioteca Popular Empalme Norte y en la radio comunitaria Aire Libre, donde todos los jueves comparte su columna “Mujeres y organización”.