Mónica Garay
Barrio nuevo
1-
Los gringos llegaron con los ojos mojados de aguacero. Todos los muebles y la ropa traían el olor rancio de un verano lluvioso que los había inundado. El barro les quitó el trabajo de varios años. Todo su mundo era un engrudo podrido.
Perdieron las fotos, los cuadros del mar que soñaban navegar y las cortinas que habían bordado las nonas antes de morir.
Atrevidos Francesco y Anunciata Campodónico prepararon en la estanciera los bultos. En varios viajes desalojaron la amargura y se llenaron de fuerza para animarse al sueño de volver a repartir panes.
Eran tres,con su niña que empezaba la escuela, para fundar un trabajo blanco de harina. El negocio cambiaría de lugar. El gringo y la gorda se llevaron su oficio de Empalme Granero.
La mudanza llegó con sol, arriba del camión iban saludando a los curiosos que se acercaban. Algunos vecinos le dieron una mano para bajar canastos y la conservadora. Con el mostrador se les complicó, dos hombres hicieron mucha fuerza para bajarlo, uno con un serrucho les ayudó a que entrara por el portón sin arruinarlo. Ese tipo canoso era José Luis, el carpintero de la vuelta.
Aunque notaron mucha amabilidad hablaron muy poco con los nuevos vecinos, se cuidaban del papelón, todavía confundían las palabras y las pronunciaban mal. Se sabían gringos atravesados.
Traían ahogada el alma, sus ahorros .Pero la primera impresión los había entusiasmado mucho esa mañana. Sentían en el esfuerzo un buen augurio.
La Lili chiquitita, mientras sus padres acomodaban cajas y muebles, estaba eufórica. Una señora albina de mejillas rojas, se encargó de mirarla. Era rellenita. Graciosa y pesaba algo menos que una bolsa de harina. La señora era una mujer madura, yugoslava. Costaba pronunciar su nombre : Ankica Svitlecec. Por eso la llamaban Polaca o Pola. Conversadora,Liliana también hablaba mal igual a todos les contaba sus hazañas ,principalmente a Doña Pola que no se apartó ni un rato de su lado. Le gustaban los chicos y nunca había podido tener uno. Esta nenita muy inquieta la había cautivado.
–Yo sabo amasar. Mamma me deja llenar los canastos. Y sabo pesar un kilo en baanza de pan varilla. Ayudo a papi en el repato por epalme.
Ese Empalme, donde los recién casados probaron sueños quedaba atrás. En el barrio nuevo, tenían otra apuesta .Los dos iban y venían descargando bultos por todo la casa. Algún mate les convidaron, mientras iban acomodando. A la siesta, terminaron todo el negocio. Las estanterías, el mostrador y algo de mercadería. A la tardecita los dormitorios tenían hasta las camas con sábanas y frazadas puestas. El comedor sencillo con sillas diferentes y un aparador despintado quedó listo y ordenado justo antes de que llegara la noche.
En su dialecto y muy cansados charlaron antes y durante la cena. Un poco más de una hora estuvieron comentando ese primer contacto con las personas que los recibieron.
Se los veía muy relajados a pesar del cansancio. Muy tranquilizadores fueron los detalles que les brindó el carpintero. Porque la gringa era muy sensible y miedosa. Y habían tenido que protagonizar algunos allanamientos a vecinos, se los habían llevado por la noche y no se había sabido nada más.
–Acá es muy tranquilo. No hay un solo auto de policía. Nunca hicieron operación rastrillo y no encontraron nunca un subversivo. A nadie le pidieron documentos ni antecedentes.
–Y se ve que es gente tranquila Nuncia.
Francesco sonrió aliviado como se mira un niño al entrar a su escuela el primer día de clases.
Tipo nueve ,la yugoslava les trajo una tarta o algo con cebolla para que piquen algo y se acuesten. A Lili, su nueva amiguita, una tortilla. Y una compota de frutas. A cambio de un beso.
La sobremesa tenía sabor de entusiasmo. Hablaron un poco más de lo observado en el día. Les gustaba mucho el fondo de la casita con tantos árboles. Unas ramas se enredaban con la parra de Don Ramón, el sereno Ramón Barrionuevo, el que se levantó de su siesta para ayudarlos a bajar bolsas de harina y unas latas a la siesta.
–Están bien cuidados– les había hecho una humarada el carpintero.
–Ahí justo enfrente vive un comisario. Augusto Pinacca, para mí “Pinochet”. Lo van a ver poco es un señor de pelo corto engominado y con bigotes oscuros. –Hizo el comentario entre dientes, con una mueca y humor negro.
La Pola al medio día les había presentado a la esposa de ese policía, se llamaba Marga, justo cuando se les escapó la nena a la calle por la puerta del negocio. La mujer formalmente les deseo éxitos. Cuando se fue Margarita, el mismo hombre, ese carpintero aprovechó y agregó sobre la esposa de Pinacca más detalles, con su ironía.
–Nunca la van a ver barrer a esta, ella tiene siempre, colimbas mandaderos que le arreglan y limpian. Mi señora no la quería. Nunca la saludaba. Es una mujer que solo se esmera en su aspecto. Jamás se la ve en ruleros. Va siempre a una peluquería en el centro.
La charla del matrimonio se iba apagando. Se les cerraban a los dos los ojos. Estaban exhaustos. Anunciata llevó a su hija a la camita chica. Se puso el camisón de algodón. Se reclinó y saludó a su gringo. Ninguno de los dos supo quién se durmió primero.
Los panaderos fueron tratados como reyes. Los vecinos se alegraron, no tener que ir hasta la vía y andar en calles de tierra para comprar el pan. A los pocos días ya era una gran noticia que llegaba tempranito por el aire. La manzana al amanecer se enaltecía de aromas, que por el fondo arbolado y desde los canastos se escapaban. Ramón era el primer cliente. Llegaba antes de que abriera, venía amanecido como buen sereno que en la colonia apagaba las velas. Tenía confianza y se servía solo, ponía en diferentes bolsitas de papel los bizcochos para el desayuno y las varillitas, a veces compraba facturas para a la noche llevarlas al trabajo, siempre convidaba a los que no podían salir a comprar. Era fanático del chicharrón pero a veces le hacía mal.
Se acostaba después del café con leche caliente, tipo ocho de la mañana para descansar hasta la hora donde todos dormían su siesta.
Mónica Garay
Jubilada como educadora a ultranza. Trabajó como docente y como parte de varios equipos directivos en el nivel primario y público. Participó del Programa Escuela Móvil de la ciudad de Rosario.
Aprendiz de letras a martillo y suspiro. Se esmera y con su grupo conspira la escritura creativa jugando a derribar y volver a armar versos y textos. Quiere escribir, leer, decir poéticamente y con sentido crítico lo que ama, aquello que le duele, lo que la ha roto, todo lo que la construye, lo que la conmueve, lo que la estremece, lo que desprecia, lo que la indigna y los ideales que la empujan a vivir.
Una cabrona mayorcita que comienza a pastar recién en el valle usando las patas en un verde y marrón taller de gramillas como metáforas donde sueña con escribir en un caligrama que la lleve al lugar más alto para mirar desde otro lugar a la vida misma.