Ya no pienso en el invierno - Capítulo 1
Estaba soñando con algo. Había gente bailando y luces como de neón. Parecía una fiesta pero la gente estaba opaca, con una energía oscura, como de lunes a la mañana. Ahora es lunes a la mañana. Quizás si vuelvo a posponer el despertador y apago la luz puedo volver a la fiesta de los amargados. Se duerme tanto mejor con la luz apagada, claramente es científico. Pero bueno, me tengo que tener paciencia. ¿O cómo decía ese artículo? “Ser amable conmigo misma”. Sí, pero en inglés. Nunca diría eso en voz alta. El discurso de autoayuda es muy neoliberal. Pero a veces sirve un montón. Igual nunca se lo diría a nadie, qué vergüenza. A lo mejor a Graciela. Cinco minutos más, a ver si distingo qué lugar es. Ya no es una fiesta o nunca lo fue, pero la gente siguen ahí. Hay por todos lados y a nadie le importa. ¿Otra vez fui yo? No me puedo ver las manos. Tampoco puedo ver las caras pero sé que me miran. ¿Por qué a nadie le importa? 7.49. Me volví a dormir. Tendría que levantarme, prometí hacer todo con más tiempo. En otro momento de mi vida tenía más energía, más entusiasmo. ¿Será que me gasté toda mi proactividad antes de los 20 y ahora estoy condenada a ser esta babosa que forcejea constantemente con su propia existencia? Sigo haciendo un montón de cosas. Tengo que darme un poco más de crédito, Graciela me lo dice todo el tiempo. También insiste con que tengo que dejar de comparar y analizar todo. Que ahí está la clave. Sé que tiene razón, pero es como si me hubiera olvidado de cómo funcionar de otra manera. Respirar. Columna alineada. Pies en el suelo. Sentir el contacto de las plantas y los dedos con la madera. Está fría. No es madera, es parqué. No sé si el parqué es madera o algo más artificial, como un plástico especialmente engañoso. Respirar. Volver siempre. Volver cada vez. El aire entra. Las fosas nasales se abren, sigue por ese conducto de pronto tangible por detrás de la boca. Se inflan los pulmones. Se expanden las costillas. Se elevan los hombros y el torso. El aire sale. El cuerpo se achica. Vivimos cambiando de tamaño sin saberlo. Soy conciente de que a nivel mental vivo mejor que mucha gente. Ellos no lo saben. Yo sé todo. Hipervigilancia, el peor enemigo. Mi peor enemigo. Pero ese ardor en el vientre lo conozco tan bien. Es como el detector de metales de mi cuerpo, las barras de vigilancia de los locales, el servicio de alarma que te llama y te pregunta una contraseña que suele ser una palabra estúpida y fea. Se dispara una alerta y te avisa. Ya sé, entendí el mensaje. Pero esta vez es como un advenimiento, un anticipo propio del instinto animal, como los perros que saben que su dueño está por llegar cuando todavía están a cuadras de distancia, igual que las presas que saben que sus depredadores bajan por la montaña. Ese ejemplo lo pone todo el mundo cuando explica el pánico. ¿Por qué me habrá tocado nacer con el hipotálamo tan en cualquiera? Ya fue, hoy no puedo. Esto también me lo tengo que permitir. No lavé el jean que mejor me queda. Este me hace notar más la panza. Qué trampa eterna los estereotipos de belleza. ¿Cómo era cuando no me importaba el aspecto de mi cuerpo? No me acuerdo de esa libertad. Debo haber tenido diez años. Después siempre este espantoso escrutinio constante. Salvo en 2013, no sé por qué ese año estaba tan gratamente despojada. Debe haber sido el amor. O que estaba queriendo resolver otras cosas. También ese año fue el que empezó todo, había bajado muchísimo de peso a decir verdad. ¿Habrá sido esa la primera conducta obsesiva? ¿Cómo puedo saberlo ahora con este modo definitivo de percibir todo? La objetividad no existe, dirían las pibas a coro en la oficina. Todo empieza y todo termina. Todo deja de ser y vuelve a ser. Eso también es un favorito de Graciela. Puede parecer una estupidez pero es completamente real, útil. Es verdad que me ayuda mucho la rutina. Esto de cocinarme con tiempo y tener la vianda preparada me genera un nivel de autoestima estúpido. Igual no fui a comprar limones. Esta tarde sin falta. Lo voy a anotar. Jime no respondió anoche. Es un poco raro. Su última conexión es a la 1.57. Siete semanas y todavía me cuesta calcular si es temprano o tarde allá. ¿Cuánto tardaré en olvidarla? ¿Ya me importa menos? Y sin embargo acá estoy, queriendo cuantificar husos horarios. Qué manera tan amable y edulcorada de medir una distancia tan brutal. Le voy a escribir algo romántico en francés pero un poco más tarde, eso le va a gustar. Es posible que ahora espere mucho más de mí. 8.15. Debería ir saliendo. La bici tiene la luz de atrás rota. Eso también lo tengo que anotar. Cuando llegue al diario.
Morena Pardo
