Que ridículo es que pienses
que a mis pies los
controlo que a mis manos las
muevo cuando quiero
que entrego mi amor
al primer delivery que llega.
Ojalá la vida fuera tan sencilla
y pudiera reconocer esos
gestos a tiempo
y no estuviera pensando
hoy, a mis ochenta años
que quien supo llevarme
ramos de flores a la puerta
de mi vida, es quien deseo que esté tocando
el timbre ahora y no el
delivery que me trae la vianda
sin un
pétalo.